viernes, 5 de octubre de 2007

Elogio a la Mujer Brava (Hector Abad)

Gracias a Sinwue que siempre me ayuda a reaccionar a tiempo, Gracias a
Susana por ser mi Mujer Brava, Gracias a Tiff, por sus siempre oportunas
palabras de aliento, Gracias a Gna que toda el tiempo me hace ver lo cool que
soy, y a Chava que siempre esta chingando y me invita a las pedas sin las cuales seria aun mas aburrido de lo que soy actualmente.

A los hombres machistas, que somos como el 96 por ciento de la población
masculina, nos molestan las mujeres de carácter áspero, duro, decidido. Tenemos
palabras denigrantes para designarlas: arpías, brujas, viejas, traumadas,
solteronas, amargadas, marimachas, etc. En realidad, les tenemos miedo y no
vemos la hora de hacerles pagar muy caro su desafío al poder masculino que hasta
hace poco habíamos detentado sin cuestionamientos. A esos machistas
incorregibles que somos, machistas ancestrales por cultura y por herencia, nos
molestan instintivamente esas fieras que en vez de someterse a nuestra voluntad,
atacan y se defienden.

La hembra con la que soñamos, un sueño moldeado por siglos de prepotencia y
por genes de bestias (todavía infrahumanos), consiste en una pareja joven y
mansa, dulce y sumisa, siempre con una sonrisa de condescendencia en la boca.
Una mujer bonita que no discuta, que sea simpática y diga frases amables, que
jamás reclame, que abra la boca solamente para ser correcta, elogiar nuestros
actos y celebrarnos bobadas. Que use las manos para la caricia, para tener la
casa impecable, hacer buenos platos, servir bien los tragos y acomodar las
flores en floreros. Este ideal, que las revistas de moda nos confirman, puede
identificarse con una especie de modelito de las que salen por televisión, al
final de los noticieros, siempre a un milímetro de quedar en bola, con curvas
increíbles (te mandan besos y abrazos, aunque no te conozcan), siempre a tu
entera disposición, en apariencia como si nos dijeran "no más usted me avisa y
yo le abro las piernas", siempre como dispuestas a un vertiginoso desahogo de
líquidos seminales, entre gritos ridículos del hombre (no de ellas, que
requieren más tiempo y se quedan a medias).

A los machistas jóvenes y viejos nos ponen en jaque estas nuevas mujeres,
las mujeres de verdad, las que no se someten y protestan y por eso seguimos
soñando, más bien, con jovencitas perfectas que lo den fácil y no pongan
problema. Porque estas mujeres nuevas exigen, piden, dan, se meten, regañan,
contradicen, hablan y sólo se desnudan si les da la gana. Estas mujeres nuevas
no se dejan dar órdenes, ni podemos dejarlas plantadas, o tiradas, o
arrinconadas, en silencio y de ser posible en roles subordinados y en puestos
subalternos. Las mujeres nuevas estudian más, saben más, tienen más disciplina,
más iniciativa y quizá por eso mismo les queda más difícil conseguir pareja,
pues todos los machistas les tememos.

Pero estas nuevas mujeres, si uno logra amarrar y poner bajo control al
burro machista que llevamos dentro, son las mejores parejas. Ni siquiera tenemos
que mantenerlas, pues ellas no lo permitirían porque saben que ese fue siempre
el origen de nuestro dominio. Ellas ya no se dejan mantener, que es otra manera
de comprarlas, porque saben que ahí -y en la fuerza bruta- ha radicado el poder
de nosotros los machos durante milenios. Si las llegamos a conocer, si logramos
soportar que nos corrijan, que nos refuten las ideas, nos señalen los errores
que no queremos ver y nos desinflen la vanidad a punta de alfileres, nos daremos
cuenta de que esa nueva paridad es agradable, porque vuelve posible una relación
entre iguales, en la que nadie manda ni es mandado. Como trabajan tanto como
nosotros (o más) entonces ellas también se declaran hartas por la noche y de mal
humor, y lo más grave, sin ganas de cocinar. Al principio nos dará rabia, ya no
las veremos tan buenas y abnegadas como nuestras santas madres, pero son
mejores, precisamente porque son menos santas (las santas santifican) y tienen
todo el derecho de no serlo.

Envejecen, como nosotros, y ya no tienen piel ni senos de veinteañeras
(mirémonos el pecho también nosotros y los pies, las mejillas, los poquísimos
pelos), las hormonas les dan ciclos de euforia y mal genio, pero son sabias para
vivir y para amar y si alguna vez en la vida se necesita un consejo sensato (se
necesita siempre, a diario), o una estrategia útil en el trabajo, o una maniobra
acertada para ser más felices, ellas te lo darán, no las peladitas de piel y
tetas perfectas, aunque estas sean la delicia con la que soñamos, un sueño que
cuando se realiza ya ni sabemos qué hacer con todo eso.

Los varones machistas, somos animalitos todavía y es inútil pedir que
dejemos de mirar a las muchachitas perfectas. Los ojos se nos van tras ellas,
tras las curvas, porque llevamos por dentro un programa tozudo que hacia allá
nos impulsa, como autómatas. Pero si logramos usar también esa herencia
reciente, el córtex cerebral, si somos más sensatos y racionales, si nos
volvemos más humanos y menos primitivos, nos daremos cuenta de que esas mujeres
nuevas, esas mujeres bravas que exigen, trabajan, producen, joden y protestan,
son las más desafiantes y por eso mismo las más estimulantes, las más
entretenidas, las únicas con quienes se puede establecer una relación duradera,
porque está basada en algo más que en abracitos y besos, o en coitos
precipitados seguidos de tristeza. Esas mujeres nos dan ideas, amistad, pasiones
y curiosidad por lo que vale la pena, sed de vida larga y de conocimiento.

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